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Cioran

Pocos conocen la obra de E. M. Cioran. De la gente que conozco, ninguno ha leído un texto suyo. Y, sin embargo, hay tanta clarividencia en sus palabras que recomiendo a cualquiera su lectura. Aunque esa lucidez suponga el riesgo de volvernos locos...

 

TEORíA DE LA BONDAD

- Puesto que para usted no hay último criterio ni irrevocable principio, y ningún dios, ¿qué es lo que le impide perpetrar todos los crí­menes?

- Descubro en mí­ tanto mal como en cualquier otro, pero, como execro la acción -madre de todos los vicios-, no soy causa de sufrimientos para nadie. Inofensivo, sin avidez, y sin la suficiente energí­a e indecencia para enfrentarme con los otros, dejo el mundo tal como lo encontré. Vengarse presupone una vigilancia de cada instante y un espí­ritu sistemático, una continuidad costosa, mientras que la indiferencia del perdón y del desprecio hace las horas gratamente vací­as. Todas las morales representan un peligro para la bondad; sólo la incuria la salva. Tras haber elegido la flema del imbécil y la apatí­a del ángel, me excluí­ de los actos y, como la bondad es incompatible con la vida, me he podrido para ser bueno.

Breviario de Podredumbre, E.M. Cioran.

 

LA CRUELDAD: UN LUJO

En dosis normal, el miedo, indispensable para la acción y el pensamiento, estimula nuestros sentidos y nuestro espí­ritu; sin él, no hay acto de valor ni siquiera de cobardí­a... sin él, no hay acto alguno, sencillamente. Pero cuando, desmesurado, nos invade y nos desborda, he aquí­ que se metamorfosea en principio nocivo, en crueldad. Quien tiembla, sueña con hacer temblar a los otros, quien vive en el espanto, acaba en la ferocidad. Tal sucedió con los emperadores romanos. Como presentí­an, como sentí­an que iban a ser asesinados, se consolaban con las matanzas... El descubrimiento de la primera conjura despertaba y desencadenaba en ellos al monstruo. Y se refugiaban en la crueldad para olvidar el miedo.

Pero nosotros, simples mortales, que no podemos permitirnos el lujo de ser crueles con otro, es en nosotros, en nuestra carne y en nuestro espí­ritu, donde debemos ejercer y aliviar nuestros terrores. El tirano tiembla en nosotros; le es necesario actuar, descargar su rabia, vengarse; y es en nosotros mismos donde se venga. Así­ lo requiere la modestia de nuestra condición. En medio de nuestros espantos, más de uno de entre nosotros evoca un Nerón que, a falta de un imperio, no tuviera nada más que su propia conciencia para zaherir y torturar.

La tentación de existir, E. M. Cioran